Me gusta mucho el mundillo start-up y suelo acudir a conferencias y jornadas donde ellos son los protagonistas. La mayoría son muy buenos tecnólogos y un hervidero de ideas y creatividad pero muchas veces adolecen de propuestas de valor consistentes y conocimientos de gestión de un negocio.

Hoy en día parece estar puesto el foco en las rondas de financiación; saben que una buena presentación y un plan de negocio coherente, realista y escalable son elementos fundamentales para levantar capital pero se olvidan de dos aspectos clave: el equipo y el portafolio de clientes. Ningún inversor va a poner un duro si no considera que el equipo que va a llevar a cabo el proyecto es solvente y el portafolio de clientes no cuenta con alguna referencia o no es prometedor pero con grandes dosis de realismo.

Toda start-up tiene que llegar al producto mínimo viable en el menor tiempo posible haciendo uso de los mínimos recursos disponibles y testearlo rápidamente en el mercado. Muchos utilizan LinkedIn; es sencillo y barato. Saben que si el producto o servicio ofertado es bueno y despierta interés recibirán en torno a un 10% de respuestas positivas.

Los que ya disponen de experiencia previa te dicen “reserva entre un 30% y un 50% para el presupuesto de marketing porque lo que importa es vender; no inviertas el grueso de tu presupuesto en mejorar las prestaciones de tu producto o servicio con más tecnología, al menos no al principio; esto va de vender, vender y vender porque si no vendes, desapareces”

Y si bien las aceleradoras hacen de guía y suplen carencias de negocio de las start-ups, la parte comercial queda coja. Hace falta que empresas consolidadas, confederaciones de empresarios y asociaciones de empresarios de una manera coordinada pongan su red de contactos al servicio de estas empresas que empiezan y que se definan programas enfocados y orientados a la comercialización para que el ecosistema de start-ups crezca y se consolide.